martes, 27 de agosto de 2013

Costurera del viento

Algo a cambiado este verano, ¿Se ensanchó mi mente al tiempo que lo hacían  mis caderas? no lo sé...sólo, que hacia algunas recónditas posturas no volveré.

Se acabaron las composturas de cuatro chavos, coseré a lo grande y sin posibilidad de remiendo. 

Desharé dobladillos modosos y los pantalones arrastraré. Ya no me ceñiré a lo escrito, ya no desesperaré...


Ya no más tules vaporosos para camuflar un continuo desconcierto, que tengo sed de telas ligeras pero con cierto peso. 

Telas que envuelvan mi cuerpo sin ceñirlo, quiero verdad, quiero tranquilamente....ser. 

Deshilacharé lo que de nada sirve y atormenta. No estoy dispuesta a cargar con ropajes de otros tiempos. 

El tejido justo y necesario para respirar, para andar, nadar, cabalgar, soñar...pero para nada más. 

Sufrir tanto, ya jamás.  

                                              Eli D. Dragón

martes, 30 de julio de 2013

jueves, 4 de julio de 2013

lunes, 24 de junio de 2013

Tierra verde

                              


                              
                               El día que yo me muera 
                               quiero verte en la playa.

                               Dibuja mi nombre en la arena,
                               deja que con la ola se vaya.

                               No quiero llantos de pena,
                               ni tristes rosas de tela.

                               Quiero que ese día llueva 
                               y todo lo arrastre el agua
                               trayendo primaveras nuevas.

                               Echadme a a esta tierra verde,
                               que con tanta vida envenena
                               y se ríe de mi muerte.

                                                            Eli D. Dragón  (1990)

domingo, 12 de mayo de 2013


                                                       eli D. Dragón

jueves, 2 de mayo de 2013

Cuestión de madurez

Me digo:

Cualquier persona que directa o indirectamente haga daño, perjudique o desprecie a mis hijos para hacerme sentir culpable, herirme o mostrarme su enfado quedará fuera de mi vida para siempre, sea quien sea.


Y va a ser así simplemente, porque a mi nunca me nacería hacer lo mismo hacia sus hijos y por lo tanto, esa persona es de distinta naturaleza a la mía.

Esa persona hace todo éso por no estar "drenada", es decir, por no ser capaz de centrifugar su mierda interna de tanto en tanto y la va esparciendo entonces indiscriminadamente hacia cualquier lado no teniendo miramientos, no teniendo a fin de cuentas corazón.

Quiero esa amargura bien lejos y caigo ahora en ello, porque son tiempos donde la frustración va a ir "in crescendo" y para aclarar mi mente frente a posibles peores tiempos.

Aunque la verdad es que no hay excusa ni la habrá para que un adulto caiga tan bajo.
 Se puede ser feliz, yo al menos lo intento día a día y ahora, pienso:

Y ¿Por qué no aplicar lo mismo a aquellos que intentan hacerme daño, sin más?
 Y entonces............comprendo    

                                                                                            Eli D. Dragón



jueves, 11 de abril de 2013

 
 
                
                        eli D. Dragón

lunes, 1 de abril de 2013

Buen propósito

Prometo seguir como me siento ahora
o hacer todo lo posible para que así sea.

Ver neutralmente todo. Ser con quietud.

Llenar mis pulmones de aire sin reservas,


aceptar que los demás tomen el camino que quieran.

No buscar fuera antes de haber encontrado dentro.

Desgastarme suavemente con los años
al tiempo que me nutro de ellos.

Ser sabia en silencio, estar presente sin más.



Disfrutar de cada momento sin forzar el día a día
y nunca más culpar a nadie de mi repentina desdicha.

Sólo dejar que llegue, cuando llegue
y verla desde cierta lejanía.

Curarme sin herir a nadie.

Amar sin condiciones ni restricciones.

Desde dentro, desde la luz que hay en mí.

Ver esa luz y cuidarla, para que no se apague.

Para que no se ahogue en el mar de la desesperanza. 

Sólo pretender estar bien,
porque estando bien llega todo lo demás
y recordarlo día tras día.

Aceptar que todo como viene se va
y por tanto, lo malo no perdurará.

          Eli D. Dragón



lunes, 11 de marzo de 2013

Velocidad Paranormal

Acolchado y negro asfalto
ruedan mis piernas en círculos
cual veloz locomotora
Corro sin mirar atrás
Quemo tonterías mentales
que se me adhieren en la sien
y me infiltran malestar
Sintiendo que lo pasado
pasado ya siempre estará
Despegar en tiras mi piel
doblegando el vendaval
un cenizo atardecer.                                        Eli D. Dragón

domingo, 3 de marzo de 2013

Escenificando una búsqueda

Perdemos la inocencia de una manera tan drástica...
Una hostia y nada más,
aunque un millón de hostias duelen más.
Y mientras tanto echo de menos
a la niña que algún día hubo en mí.
Dicen que no hay que perderla
pero fijaos en esta cicatriz. 

(señalando a la propia cara)

De tantas y tantas vueltas que dí.
De lo que hubo, ya no queda nada.
Sólo puñados y puñados de sal aquí.

(señalando el propio pecho)

Ahora busco niños por ahí,
me acerco, los miro,
busco el brillo que en los ojos quedó tras de ti.
Porque en el fondo
somos miles y miles de niños
jugando a no sonreir.

(señalando al público)

Maldita edad adulta
maldita pelea, ésta de la vida.
¿Qué más ya nos pueden pedir?
Perdemos la inocencia de una manera drástica.
Una hostia y nada más.
Aunque un millón duelen más,
mientras tanto echo de menos
a la niña que algún día hubo en mí.
Dicen que no hay que perderla...
pero fijaos en esta cicatriz.

(señalando la propia cara) 

Sí, tantas y tantas vueltas dí.
De lo que hubo ya no queda nada.
Sólo puñados y puñados de sal aquí.

(señalando el propio pecho)

Ahora busco niños por ahí,
me acerco, los miro,
busco el brillo que en los ojos quedo tras de ti.

(señalando al público) 

Sí, porque en el fondo somos miles y miles de niños
jugando a no sonreir.
Maldita esta edad adulta,
maldita pelea ésta de la vida.
¿Qué más ya nos pueden pedir?

Rastros de sangre de intenso carmín

(mirando al cielo)

                           Eli D. Dragón

viernes, 1 de marzo de 2013

En la balsa

Como en un cuadro
Como en un sueño 

                  Como en la realidad...  


                        Eli D. Dragón    
                    (Fotos de John Martín Martín)

Retazos III

El tiempo congelado es gelatina
y lo guardo dentro de una vitrina.

El tiempo perdido es como espuma,
que lanzo con fuerza hacia la luna.

En cambio, aquel del que no me acuerdo,
los labios me muerdo pero no recuerdo,
no me deja hoy dormir y casi es la una.

                         Eli D. Dragón 

Retazos II


Si tu boca se confundiera con el húmedo musgo 
y hundiera en ella mil caracolas sin dueño.
Y al cerrar los ojos, yo percibiera 
la transformación de mi ansia en cálido sueño.
Si tus manos dijeran que por fin tengo cuerpo
y al recorrerlo recibieran frutos,
porque sin más miedo, me estremezco.

               Eli D. Dragón

Retazos I

                              
Cuando me clavas 
las pestañas de tus ojos
en las llagas de mi pecho,
recuerdo el llanto
que hoy dejé en mi lecho
y empiezo a quemar rastrojos.

     Eli D. Dragón 

miércoles, 27 de febrero de 2013

Una introducción y cuatro trozos de canción

Arcipreste de Hita
que el hambre no me quita,
no encuentro el tesoro
y en mil confines demoro.

Mas, ay del pobre usurero
que mire mi saca con recelo,
le ataré los pies de cualquier modo
y le empujaré al agua sin decoro.

Porque es tan grande mi dicha
que escribe una muy redicha
y bien seguro, cualquiera 
me tildaría de bicha.

                I
Gordolobo, perrolobo
terracota, macarrón.
Buenos días, mediodía
acaricia, tudor.
Pila vieja, cortinillas
canalillas, rico amor.
Apacigua, paragüero
mal agüero, socarrón.
Paradigma, mucha dicha
picha lisa, el fogón.
Arandela, trucha ducha
cucurucha y un jamón.

                    II
Paracuello, calimocho
pico pocho, regordón.
Comedida, perra vida
un buen día, revolcón. Castañuelas, mil lunares
en los bares, un mantón.
Atapuerca, pececillos
en los ríos, a montón.
Oleaje, malevaje
tango roto, el corazón. Cacharrería, madre mía
al pillaje, rigodón.  
Culpa mía, quita culpa
canta niña, sin perdón.

             III
Amalgama granada
de sábanas ensangradas.  
Despertar de pasares
engullidos en mil mares. Apariencia, poca ciencia
para acallar la conciencia.
Ninguneo, culebreo
de tanto meneo, me meo.  
Calabaza cacharra
de caras laceradas.
Angustia regustia
que te deja mustia.
Revolviendo monederos
nos sentimos como reos.
Visión nocturna, visión divina.
Amplificación que se turna.
Miraré hacia el mar
y me reiré sin parar.
Boca abierta para gritar 
y los desengaños soportar.
Boca abierta para cantar
y los males males ahuyentar.

             IV
Virutilla:
Salpicadura de la cultura, abotonadura que no dura.
Góticos juegos eróticos.
Las "delicatessen" que no cesen.
Mimosa quisquillosa,
rayadura caradura
de un limón sin olor.
Atraviesa la despensa
raudo y veloz,
el ratón más titiritero
a este lado del jergón.

    Eli D. Dragón

lunes, 25 de febrero de 2013

Trifásico de colores

Estoy cansada, condenada, desposeída, encañonada. La vida transcurre en un trifásico de colores que no se queja mientras no los amontones.

Desde ayer iba a ser diferente, desde hoy
creo que soy la misma, y el resbalar
de los minutos que te avoca 
a una vida sin grandes pretensiones
portando contigo una maleta casi vacía.

Apaguemos las farolas para no pensar, 
echemos a las cloacas el poco aliciente que nos queda para que pueda, en la mar acabar, o por lo menos, naufragar.

Que yo me quedo aquí, suspendida.
Suspendida por no encontrar las ganas,
suspendida en el tiempo-espacio
por no saber madurar.

Cuando la fruta está madura, cae, yo en cambio, estoy suspendida, levito
incómodamente ante los rostros de los demás.

Ojalá caiga un chaparrón y me empape,
diluya todo cuanto pienso y me relaje
todavía más. Desaparecer por las cloacas
quiero con todo este descomunal agüacero para así no tener que decirte que yo, en cambio, todavía te quiero. 

                                      
 Eli D. Dragón

   Música recomendada para su lectura: "Default" de Atoms For Peace.

Se me paró la vida


Mi vida a la deriva
y tal vez, más decidida que nunca.

Ahora recuerdo las cosas que presagié,
aquellas en las que atención no presté
por estar enredada en "naderías"
y que de golpe se cumplieron,
una tras otra.

Aquí, me dicen que vine niña
y me iré mujer...
así de perra es la vida.

Aquí soy más yo
cuando nadie me mira.

Pero hoy lloro y lloro,
por fin lloro y lloro porque...

Soy un personaje que ya no existe,
que no puede volver a ningún sitio
porque ya nada le pertenece.

Volé para no regresar,
sólo soy una sombra en el cristal
que baila tango por la noche.

Alguien simpático sobretodo, con aquellos
que no saben de mi pesar.

Capaz de amar hasta la médula
por una noche
a cualquier transeúnte
que con deseo me acaricie.

Y yo, como Lola...
(que al final sabe lo que quiere)
haré lo que me de la gana.

Y yo, como la puta de la película,
me iré con las ballenas
para no ser vista nunca más...

Bueno sí, por los ojos de ellas,
que me miran sin juzgar.  

(PD: "Te quemarán en la hoguera" me decían)
                                    
                                         Eli D. Dragón

Inspirada en la película: "La puta y la ballena"

lunes, 18 de febrero de 2013

Luna (I)


Te quiero luna,
botón de plata

¿Por qué me miras?
Me estás diciendo algo, lo sé



   Cada vez te siento
   más mía o yo tuya, no sé
 
   Casi te noto rozar mi piel
   cérea, sedosa
   intangible, perezosa

Con miles de párpados azules
Con presencia inestimable
Con presencia en todo mi ser

Hasta calificarte
pudiera grosero parecer


 
    
    Mujer, eres mujer
    éso sí que lo sé
    Con tanto, tanto poder

    y ahora una estrella fugaz
    veo aparecer

    Todo me lo mandas tú
    con tu comprensión
    transformada en luz. 

                                                             Eli D. Dragón 

          Música recomendada para su lectura: "The loner" (Neil Young) 

lunes, 11 de febrero de 2013

Tecnológica soledad

La vida en Newsaphire es la de cualquier población no demasiado grande que se encuentra en la penumbra de una monstruosa ciudad. Y un lunes por la noche, a las nueve menos diez, es un buen momento para pararnos a observar el ajetreado tejemaneje de Mary, cajera de veintiún años, en un supermercado de una gran cadena.
Éste concretamente, se encuentra en la avenida principal, un lugar de tránsito necesario para cualquier lugareño, bien sea para ir al centro o para hacer la compra semanal.

A nuestra protagonista le quedan escasos minutos para terminar su jornada y aún ya siendo horas de preparar cenas, siempre quedan los compradores de última hora que haciéndose los muy ocupados o los lánguidos despistados, acceden a tienda para prolongar esos minutos agoniosos en una tarde soberanamente aburrida.

Una cajera es alguien acostumbrada a ver desfilar sujetos de innumerable índole por delante de su cara, ahora mismo, un varón de unos 46 años con apariencia de soltero y no mucho tiempo o ganas de cocinar, deposita su compra en caja, casi todo, alimentos preparados o semipreparados de una ración o dos, todo lo más.

Mary lleva por debajo del pelo, escondidos los cables que la conectan a un Ipod con su música preferida, arriesgando su enclenque puesto de trabajo, tal vez por su edad, tal vez por no estar del todo en riesgo su posición social.

Con todos los productos pasados por el lector, Mary, obedeciendo órdenes de arriba, le ofrece la promoción de la semana consistente en dos paquetes de toallitas húmedas al precio de una, a lo cual, el hombre la mira algo desconcertado diciéndole que no, con apenas la mirada.

Al no escuchar respuesta alguna, Mary se lo vuelve a preguntar y el otro, algo ya mosqueado, le recrimina con un dedo acusador hacia su mejilla.

Mary, rauda, se descuelga un auricular de la oreja al tiempo que levanta los ojos, temerosa de que algún compañero o superior la pille. Mira el reloj, son menos dos, despacha como puede al cliente y se vuelve a aislar en su micromundo musical mientras encapsula billetes que son tragados por el tubo que tiene frente a su frente.

Cierran, coloca sus bártulos en un bolso tipo saco, donde todo se mezcla con gran desorden. Se agacha para ajustar los cordones de sus zapatillas después de haberse cambiado el uniforme en los vestuarios.
Sale a la calle y anda rápida, denotando sus orígenes de capital. Pasa por la máquina de cigarrillos de la esquina y sigue hasta el portal de su apartamento. Demasiado lujo para una simple cajera. Los sistemas de seguridad del edificio son avanzados y el ascensor abre en cada planta, sus puertas a un único apartamento, no de excesivos metros, cosa que minimiza el tiempo de coincidencia entre vecinos.

Se cierra la puerta electrónica tras ella, tira el bolso sobre el sofá y cómo no, se conecta a la red, no sin antes, abrir una lata de su refresco favorito.
Sus ropas deportivas no guardan relación con el tiempo al que al deporte dedica actualmente y el sexo que practica, es más escaso del que por su edad, se pudiera imaginar. La razón: se ha quedado pillada por un chico al que conoció en una de tantas redes sociales y el tiempo que dedica a chatear con él es, con mucho, más de la mitad de su tiempo libre.

El trabaja de vigilante de seguridad a dos mil kilómetros de distancia (claro, el de su trabajo, tan cercano, tan posible y tan real, difícilmente le iba a gustar...). No se han visto más que por la cam y planean desde hace algún tiempo quedar, para, entre otras cosas, poderse besar.

John parece ágil y fuerte, es afable y con gustos parecidos a los de ella, veintitrés años y toda una vida por delante, o tal vez, por detrás.

Ya en casa, tesoro?”, “Aquí estoy guapo, para el deleite de dos de tus sentidos”.

La educación que Mary ha recibido de sus padres tampoco se corresponde con la de una cajera al uso, por así decirlo. Cursó equitación, danza clásica, solfeo y escribe poesía desde los ocho.

Las insinuaciones de ella hacia él, sobre su imperiosa necesidad de tocarlo, son cada vez más palpables.

Llevan ya un rato y Mary empieza a sentirse indispuesta, un fuerte dolor de cabeza y la pérdida de visión paulatina la empiezan a preocupar. Ha pasado de la nada al todo en no más de tres minutos.

Le comenta lo que le sucede, el dolor va en aumento, por un momento sus manos se abalanzan sobre su cabeza y agacha la mirada porque es incapaz de mantenerla ya sobre el monitor. Como si de un martillo se tratara, siente una punzada en la sien que la doblega literalmente y cae al suelo de la silla acurrucada sobre sí misma, en posición fetal.
Respira o trata de respirar ordenadamente en un afán de mitigar la bestial migraña, pasan unos larguísimos dos minutos.

El sonido de los comentarios añadidos al chat es lo único que se oye, su amigo estará preocupado, hoy no dispone de la cam y han optado por la escritura, que puede ser tan veloz como la lengua.
Por fin ella, hace de tripas corazón y se encarama a la mesa agarrándose fuerte a la pata.

Alcanza el teclado para poner un desesperado S.O.S., espera que John pueda llamar a una ambulancia que acuda a su casa porque ella no sabe donde llamar, pero al entreleer lo escrito, descubre que lo que él le ha estado diciendo ha sido, sin ir más lejos, que ya no podían seguir así, que él tenía una amiga desde hace tiempo, en realidad era su novia desde los quince y empezaba a sospechar, puesto que le habían cambiado los turnos de trabajo y ahora pasaban más tiempo juntos.

Supongo que lo entenderás” “a fin de cuentas, ambos sabíamos que ésto no era más que un juego” y a la postre añadía, frente a los repentinos dolores de ella, “no te lo tomes así, se te pasará”.

Por lo visto, Mary ya no había podido leer las últimas frases de él correctamente y le había seguido añadiendo comentarios sobre su indisposición sin sospecha remota de lo que ocurría.
Estaba vencida, doblemente abatida. Decide descartar el pedir ayuda a este cobarde recién desenmascarado y venido a menos, llamará a su padre.
Como siempre en viaje de negocios, le llama al móvil desde su netbook pero no lo coge.

Aprovecha para leer los mensajes recibidos, ha perdido el vuelo directo y tendrá que coger un avión que hace escala en otro aeropuerto para poder llegar esa misma noche a la ciudad. No debe tener cobertura y la comunicación con él es momentáneamente imposible.

Pasa a llamar ahora a su madre, profesora de yoga de conocida reputación, que antepone sus clases o estados del alma al vulgar gesto de coger llamadas sin más. Aprovecha algún hueco insospechado para atender mensajes y devolverlos, bien sean alumnos, colaboradores que organizan congresos, o eventuales encuentros para celebrar rituales sobre la luna o las estaciones.

Su hija? Su única hija? Pues cabe decir que desde la separación con el padre de ésta, la llama de tanto en tanto, para hablarle en un tono un tanto discursivo, como teledirigido, sobre lo aconsejable de una buena alimentación y otros menesteres que considera de gran trascendencia, sin denotar gran diferencia entre sus charlas laborales y el sermón que dedica a su hija, importándole bien poco o más bien, un bledo, lo que a ésta le pueda suceder.

Por tanto, su madre, como de costumbre, no coge el móvil y a Mary le da pereza dejar mensaje alguno en el contestador. Le parecen tan absurdas la vida y a la vez, la voz de su madre queriéndose hacer pasar por la gran entendedora de la humanidad...

Por último están los vecinos, pero no recuerda la manera de comunicarse con ellos, sabe que el interfono tiene una función específica para conectar directamente con cada uno de los apartamentos pero hace falta un código que no llega a recordar.

Se arrastra, repta compungida, no es más que un pedazo de carne dolorida, o al menos, así es como se siente. Sola, fría y duramente sola. Ella que tanto presumió de su tecnológica soledad... 

                                                 Eli D. Dragón

 







jueves, 31 de enero de 2013

En el reverso de la dominación (capítulo I)

La cama era dura, las correas oprimían mis brazos y piernas, una vez más con la boca tremendamente seca, de tanta pastilla multicolor y esas sacudidas como agujas que recorrían todo mi cuerpo. 

Pensé, ésto no puede durar por más tiempo, ésto no puede estar pasándome a mí. Pero decidí a duras penas abrir los párpados. Ojos desentrenados a ver tanta luz. Comprendí que algo había cambiado, las cortinas del todo corridas y una claridad que como una gran verdad arrojada sobre una, dolía.

A mi izquierda, la mesilla de siempre pero sin la transparente caja de la medicación, una ficha en la que dificultosamente pude leer mi nombre y unas cuadrículas en blanco, como esperando a ser rellenadas próximamente ...próximamente, pero ¿Qué querrían hacer ahora conmigo? 

Ninguna explicación, como de costumbre. Aceptar sin rechistar un estado alargado en el tiempo de pesadumbre y agonía, sin ningún entendimiento hacia lo que me ocurría. Sin posibilidad de cuestionamiento, opinión o reflexión. Sin planificación alguna por mi parte y de cierto escepticismo hacia los tratamientos que recibía, que más que paliar el dolor, perecía que lo postergaban en un intento de utilizarme como un vulgar cobaya.

De repente, pasos. Tras las cortinas un murmullo en voz baja. Y una señal acústica intermitente que indicaba una nueva intervención. Mi cuerpo se retorcía frente a ese sonido, los pies quisieran haber corrido hacia cualquier, y repito, cualquier otro lugar.

Pero no, seguía en el mismo sitio. Para algo me habían atado, para algo los sedantes, para algo tanta incomunicación hacia las personas que sabían que existía y no habrían aceptado sin más, mi desaparición.

Tantas horas allí postrada me hicieron reflexionar sobre el sentido del dolor físico, sobre lo maravilloso de estar viva, exenta de esa sensación. Cómo agradecería un día cualquiera, con los problemas ocasionales que tuviera, derivados del día a día sin más, pero con cierta libertad. La poca que permitía ya mi sistema, algo frustrante en pleno 2021. La poca que sientes cuando naciste en tiempos mejores que se han ido apagando por la dominación.
 
Recordaba en mi lecho, aquel fatídico día, cuando los platillos alcanzaron nuestro planeta azul. Ese tan bello, que debieron observar por lustros con recelo. 
Ese al que apenas cuidábamos, por no decir, vilipendiábamos. Agotamiento, cuando no, contaminación de recursos naturales en un afán de vivir al margen de una posible propia extinción. 
 
Y llegaron ellos, un buen día salieron en las noticias a tiempo real y de repente unas interferencias en el televisor y alguien que anunciaba el fin de la emisión.

Desde entonces, todo cambió. Asumimos un cambio en nuestra vidas en lo que vino a llamarse la “dominación”. Trabajamos más que nunca y nunca con labores tan bien asignadas según nuestra cualificación. Se notaba que en éso nos llevaban ventaja.

Todo, por y para el sistema, nuestras necesidades vitales secundadas, satisfechas de la manera más parca jamás imaginada. Se acabó la degustación de los alimentos, la sensación de un fuerte abrazo, el coito libre, un paseo para disfrutar del paisaje.

Todo, absolutamente todo, pasó a estar tremendamente planificado y no precisamente por nosotros.

En el reverso de la dominación (capítulo II)

Empezaron con negarnos los vínculos emocionales con nuestra propia familia para acabar obligándonos a cópulas prescritas con sujetos desconocidos y con las consecuentes gestaciones de individuos los cuales, transcurridos los primeros meses de lactancia, eran arrebatados de sus madres para, vete a saber que extraña misión.

Lo que hacían conmigo no era más que una burda experimentación. Me habían elegido para estudiar el umbral de dolor en humanos. 

Nadie me había informado, pero lo sabía. No podía tratarse de cualquier otra cosa. A estas alturas de la película, era evidente el sentido de tanto padecimiento. El por qué a mí y no a otro o a otra, pudiera ser un misterio pero lo que realmente me importaba era cómo escapar, algo nada viable por las condiciones en las que me encontraba. 

Aunque la cabeza todavía me funcionaba, seguro que algo más de lo que a ellos les hubiera gustado jamás.

Sabía que lo próximo eran inyectables, un aparato diseñado para puncionar la piel estaba sobre la cuartilla de papel. 

La tortura a la que era sometida iba viento en popa para ellos y mi miedo no cabía ya en mi cuerpo. Era lo que pretendían. Dolor máximo y estrés, causado por el desconocimiento de lo que te iba a suceder.

Los pasos se acercaron, la enfermera o lo que fuere, porque sus atuendos no eran tales, se acercó a mí y con unos ojos inexpresivos y gélidos me palpó las mejillas y observó las venas de mis brazos. 

No era nada ni nadie para ella, suponía su sexo femenino por el alargamiento de sus miembros y de su rostro, en comparación con los otros, de facciones más cuadradas y recias, que debieran ser de sexo masculino.

Ya llevábamos tiempo conviviendo, por llamarlo de alguna manera, con estos seres venidos de otro planeta, posiblemente de otra galaxia. Pero, quien nos gobernaba y todos los científicos que estudiaban la posibilidad de que ocurriera algo como lo acontecido recientemente en la tierra con tal invasión, no podían estar tan desinformados.

Algo se había ocultado a la población tendenciosamente, una trama a nivel mundial había existido sin lugar a dudas para que ésto pudiera ocurrir, de la manera tan sutil y aparentemente lógica como nos la habían vendido. Según la única fuente de información a la que teníamos derecho a recurrir, manipulada y dirigida más aún que cuando imperaba el poder humano, ellos habían venido a salvarnos, a redirigir nuestro rumbo en aras de la salvación del planeta. 

Ahora la selva era más selva, y nuestros excrementos eran meticulosamente reutilizados, nuestras dietas totalmente prescritas, como si de una medicación se tratase.

Habíamos claudicado al control total de nuestras vidas, o éso, es de lo que se trataba. Lo cierto, es que por mis venas, quedaba, pese a todo, cierto poder de resistencia. Cierta capacidad de recuerdo sobre vivencias pasadas que me animaban a una rebeldía necesaria para seguir.

Lo habían intentado todo, para anular tales tendencias revulsivas a su presencia y dominación. Pero aún quedábamos ciertos especímenes con resquicios, y tal vez por ello, yo y unos cuantos más, suponía, nos encontrábamos en tal situación.

La susodicha enfermera, tras una mampara desapareció. Y otra vez el silencio y la espera, en una sala inocua y esencialmente blanca, es lo único que por largas horas, me quedó.