Empezaron
con
negarnos los vínculos emocionales con nuestra propia familia
para acabar obligándonos a cópulas prescritas con sujetos
desconocidos y con las consecuentes gestaciones de individuos los
cuales, transcurridos los primeros meses de lactancia, eran arrebatados
de
sus madres para, vete a saber que extraña misión.
Lo que
hacían conmigo no era más que una burda experimentación. Me habían
elegido para estudiar el umbral de dolor en humanos.
Nadie me había
informado, pero lo sabía. No podía tratarse de cualquier otra cosa.
A estas alturas de la película, era evidente el sentido de tanto
padecimiento. El por qué a mí y no a otro o a otra, pudiera ser un
misterio pero lo que realmente me importaba era cómo escapar, algo
nada viable por las condiciones en las que me encontraba.
Aunque la
cabeza todavía me funcionaba, seguro que algo más de lo que a ellos
les hubiera gustado jamás.
Sabía
que lo próximo eran inyectables, un aparato diseñado para puncionar
la piel estaba sobre la cuartilla de papel.
La tortura a la que era
sometida iba viento en popa para ellos y mi miedo no cabía ya en mi
cuerpo. Era lo que pretendían. Dolor máximo y estrés, causado por
el desconocimiento de lo que te iba a suceder.
Los
pasos se acercaron, la enfermera o lo que fuere, porque sus atuendos
no eran tales, se acercó a mí y con unos ojos inexpresivos y
gélidos me palpó las mejillas y observó las venas de mis brazos.
No era nada ni nadie para ella, suponía su sexo femenino por el
alargamiento de sus miembros y de su rostro, en comparación con los
otros, de facciones más cuadradas y recias, que debieran ser de sexo
masculino.
Ya
llevábamos tiempo conviviendo, por llamarlo de alguna manera, con
estos seres venidos de otro planeta, posiblemente de otra galaxia.
Pero, quien nos gobernaba y todos los científicos que estudiaban la
posibilidad de que ocurriera algo como lo acontecido recientemente en
la tierra con tal invasión, no podían estar tan desinformados.
Algo se
había ocultado a la población tendenciosamente, una trama a nivel
mundial había existido sin lugar a dudas para que ésto pudiera
ocurrir, de la manera tan sutil y aparentemente lógica como nos la
habían vendido. Según la única fuente de información a la que
teníamos derecho a recurrir, manipulada y dirigida más aún que
cuando imperaba el poder humano, ellos habían venido a salvarnos, a
redirigir nuestro rumbo en aras de la salvación del planeta.
Ahora
la selva era más selva, y nuestros excrementos eran meticulosamente
reutilizados, nuestras dietas totalmente prescritas, como si de una
medicación se tratase.
Habíamos
claudicado al control total de nuestras vidas, o éso, es de lo que
se trataba. Lo
cierto, es que por mis venas, quedaba, pese a todo, cierto poder de
resistencia. Cierta capacidad de recuerdo sobre vivencias pasadas que
me animaban a una rebeldía necesaria para seguir.
Lo
habían intentado todo, para anular tales tendencias revulsivas a su
presencia y dominación. Pero aún quedábamos ciertos especímenes
con resquicios, y tal vez por ello, yo y unos cuantos más, suponía,
nos encontrábamos en tal situación.
La
susodicha enfermera, tras una mampara desapareció. Y otra vez el
silencio y la espera, en una sala inocua y esencialmente blanca, es
lo único que por largas horas, me quedó.
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