Pasados
escasos dos meses eramos alrededor de mil seiscientas personas, la
estructura ramificada, que no jerarquizada, que le habíamos dado,
permitía que cada miembro pudiera captar a su vez, a otros cuatro y
de esta manera, cada uno de ellos se convertía en cinco en apenas
unos días, así sucesivamente.
De este modo fue como en los primeros
tres días conseguí que siete personas pasaran a ciento cuarenta y
siete sin apenas esfuerzo por mi parte, tan sólo, el de ser de un
pulcro riguroso en la selección de estas siete primeras, para ello,
la meticulosidad en la observación, no dejándose llevar por las
apariencias externas era de vital importancia.
A estas
alturas de la vida, sabía de sobra, que ciertos toques rompedores en
la indumentaria (aunque leves, puesto que el uniforme que nos hacían
llevar admitía ciertos matices, tales como llevar las solapas de la
camisa levantadas, los pantalones con el dobladillo del revés o el
pelo, aunque corto, para facilitar nuestra identificación, más o
menos desaliñado) inducían a menudo, a todo lo
contrario, ya se sabe, ese afán por demostrar que se era diferente,
significaba precisamente éso, que el individuo pudiera verse a sí
mismo como alguien por encima de la media, lo que lo convertía en
innumerables ocasiones, en alguien que se creía merecedor de más, o sea se, en un
sujeto clasista.
No es que pretendiera que el comunismo campara a sus
anchas, pero, mi educación me había hecho ver en el uniforme, a un
buen aliado frente a tanto consumismo trasnochador, hortera y sin sentido.
Pero
por mucho que una cuide los detalles, es humana, todavía humana. La
infinidad de cámaras que copaban las cornisas del edificio más
insospechado, convertían la ardua tarea diaria en una mera coreografía de psicosis a la desesperada.
Pero
¿Qué pretendíamos realmente? Boicotear el sistema, despertar a las
mentes adormecidas, que los humanos tomaran conciencia y no
facilitaran tanto las cosas, a esta panda de marcianos venidos a
menos, a fin de cuentas, no eran tan originales, nosotros ya habíamos
inventado el control de masas y si no ésta, otro tipo de
pseudodominación.
Queríamos borrar lo acontecido y que a su vez
quedara patente en nuestras mentes, quedarnos con lo bueno, como el
respeto por nuestro medio y desechar lo indecente para
siempre. No olvidarnos nunca del derecho a la libertad y fomentarlo.
No dejar en manos de unos cuantos nuestros destinos y adormecernos lánguidamente para siempre. Como si los derechos obtenidos no requiriesen esfuerzo alguno por ser mantenidos.
No,...y pasó.
Pero no ésto si no que me pillaran. Fue una tarde
medio nublada, cuando bajaba por las escaleras del metro, alguien
posó su huesuda mano en mi hombro, sabía que era un “viren”,
helaba.
Al
girarme fui apresada sin pregunta alguna. Noqueada de un golpe en la
mandíbula que, no, reitero, no dolía. Dolía tanto el sentimiento
desde las entrañas como madre que todo ha perdido, que el dolor
físico era cuanto menos, una mancha de kepchup en la servilleta del desayuno en una absurda mañana.
Lo
siguiente que recuerdo es un vehículo que por las mojadas calles como en un sueño, me teletransportaba, pero no era ficción, tan siquiera
alucinación, porque el frío metal era palpable. Porque los pies ya
no los sentía. Cierro los ojos y...
"La cama era dura, las correas oprimían mis brazo y piernas, una vez más con la boca tremendamente seca, de tanta pastilla multicolor y esas sacudidas como agujas que recorrían todo mi cuerpo. Pensé, ésto no puede durar por más tiempo, ésto no puede estar pasándome a mí. Pero decidí a duras penas abrir los párpados..."
"La cama era dura, las correas oprimían mis brazo y piernas, una vez más con la boca tremendamente seca, de tanta pastilla multicolor y esas sacudidas como agujas que recorrían todo mi cuerpo. Pensé, ésto no puede durar por más tiempo, ésto no puede estar pasándome a mí. Pero decidí a duras penas abrir los párpados..."
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