jueves, 31 de enero de 2013

En el reverso de la dominación (capítulo III)

Tal vez la separación de mis hijos fuese de lo más estremecedor que me había pasado. Una buena mañana los sacaron del colegio sin más, subidos a un autobús hacia unos centros de formación desconocidos, internados de alto rendimiento me dijo el conserje, cuando horas más tarde me telefoneó.

Ya no me pertenecían, si es que me habían pertenecido alguna vez. Pequeños seres a los que intenté educar con la mayor libertad posible, dándoles siempre recursos para poder aprovechar la cierta permeabilidad que sabía existía, entre el mundo real y el conformado en casa, donde se incentivaba la creatividad y la libre expresión, siempre y cuando se respetasen los pensamientos de los demás y, por supuesto, los turnos de palabra.


 Toda esa concienciada dedicación, ahora se veía avocada a un sistema estricto y jerárquico donde la competitividad entre iguales era premiada en detrimento del disfrute y el gusto por hacer las cosas. ¿De qué me sonaría ya ésto?
 
Sabía a ciencia cierta que me echarían de menos y su rescate en breve era algo que insuflaba mi tenacidad y empeño por liberarme de las correas y de este maldito sueño dominador en el que me veía sumergida.

Sabía que desde bien pequeña contaba con ciertas habilidades no del todo extendidas en los humanos, tales como la videncia, la telepatía, la intuición...todas ellas aprovechadas y sintetizadas en el día a día en un gran poder de persuasión, es decir, en la capacidad de lograr la confianza de cualquiera en un breve espacio de tiempo, cualidad ésta que bien se sabe, puede utilizarse para ayudar al prójimo o para intencionadamente, manipularlo.

Por todo ello, mi papel debía ser de aparente sumisión y casi total desinformación. El juego del desconcierto era de mis favoritos, sabía que cuando quería, funcionaba a la perfección.

Ahora entraban dos celadores altos y fornidos, me levantaron de la cama, apenas alcanzaba a rozar el suelo con mis pies, planeaba cogida de las axilas a través de una, dos y hasta tres salas, la cuarta resultó ser una pequeña habitación, me sentaron en una silla frente a una mesa con un monitor y se marcharon. Lo que más detestaba era su nulo olor.

Pasaron unos segundos, tenía frío, pero no ese tipo de frío consistente en una pérdida de calor. Era el frío al que yo llamaba , del corazón. Como cuando una se siente tan vapuleada que se olvida de su esencia, de su valor y rendida espera cualquier cosa con tediosa desilusión. Era lo que intencionadamente pretendían en mi: que no esperase ya nada. Que lo diera todo por perdido y aceptara sus propuestas con total abnegación.

La cara de uno de estos sujetos, llamémoslos de ahora en adelante, "virens" tal como eran harto conocidos por todos nosotros, los mortales todavía y no se sabe, por cuánto tiempo, presentes aquí en la tierra, apareció. Empezó a hablar, aunque su voz se escuchara con una ligera anacronía. Parecía que masticase chicle o rumiara antes de emitir sonidos, como si fuera algo que le supusiera un esfuerzo añadido y de habitual no lo hiciese. Entre ellos se comunicaban con la mente, de ahí mi gran posibilidad en todo este enjambre.

"¿Por qué cuestionas tanto lo que hacemos? Vas muy rápida con tu mente...¿A dónde quieres llegar? Vuestro único camino es el que hemos establecido y en él debéis confiar"

"Me educaron de este modo señor, a tener criterio propio y no creerme las cosas sin más.
No vea malas intenciones, soy un ser amigo y veo en vuestra presencia una oportunidad"

 "Si es cierto lo que tu dices, nos lo tendrás que demostrar. Tenemos una misión para ti y si quieres volver a ver a tus hijos, la tendrás que ejecutar. Sin vacilaciones ni cargas de conciencia de ningún tipo. ¿Estás dispuesta a cooperar?"
  






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